Creo que empezaba la década de los 80 cuando un buen amigo de pandilla, haciendo un viaje a Ceuta en avión, mirando en la bolsa que llevan los asientos en el respaldo para ver si encontraba algo para leer que le tuviera entretenido durante el viaje, encontró un libro, pequeño, de esos de los de bolsillo, que marcarían una época de nuestra ya empezada juventud. El libro estaba escrito por un tal Carlos Castaneda y se titulaba "Viaje a Ixtlan". Según nos contó se quedó tan prendado de su lectura, que no tardó en contarnos su contenido en cuanto tuvo oportunidad, una vez de vuelta al pueblo. Rápidamente no solo casi todos nos leímos Viaje a Ixtlan, sino que pronto fuimos adquiriendo varios más del mismo autor, Las Enseñanzas de Don Juan, Relatos de Poder, Una Realidad Aparte, etc. No es que fueran nada especial, o quizás si, quien sabe, pero en aquellos años, en los que solo se quiere aprender a vivir, hubo a algunos de nosotros que nos fascinaron sus historias, de guerreros, yaquis, chamanes y otros cuentos. Corrían buenos tiempos. Éramos jóvenes y nos sentíamos libres, con esa libertad grandiosa que te da la juventud. Y aunque en muchas ocasiones nos sentíamos incomprendidos, cosa normal con esa edad, volábamos alto, muy alto, os lo puedo asegurar.
Pues bien, en ese ambiente, de juventud y libertad que, algunas veces se regaba de alcohol y otras de humo, nació "El Nagual". Sitio de encuentro y de reunión a primeras horas de la tarde, fortaleza de hermandad en los inviernos fríos al calor de la chimenea y, casa de copas de todos los que empezábamos a volar por aquellos años. Un sitio de poder, como diría Juan Matus.
Allí se hablaba de vida. Se leía a Castaneda, se comentaba el Principito y Juan Salvador Gaviota, se escuchaba a AC/DC, Fleetwood Mac, Eric Clapton, Deep Purple, Led Zeppelin, La Orquesta Mondragón, Miguel Ríos, Los Chichos, Los Chunguitos, Manzanita y por supuesto a Triana. Hijos del Agobio, El Lago o el Sr. Troncoso eran nuestros himnos. Se tocaba música. Se reía. Se reía. Se reía mucho.
Esa época tuvo otros lugares de poder, El Parque y más concretamente las piedras que nos hacían de banco junto al depósito del agua, el Atrio, donde en las mañanitas de primavera e incluso invierno tomábamos el sol, cuando lo había, mientras Don Sabino paseaba gustoso de tenernos cerca, e incluso la Plaza (esta última solo a partir de medianoche) donde en muchas ocasiones despedíamos el día en las calurosas noches de verano. La piedra donde antes estaba el colegio de las monjas, y pocos más. Pero siempre estaba El Nagual.
Fue pasando el tiempo, fuimos perdiendo nuestra juvenil libertad, que no la otra, y el Nagual se fue alejando de nuestras vidas, al igual que el Atrio y el Parque. Dejaron de ser nuestros sitios de poder para pasar a otra cosa. No se si mejor o peor. Pero ya nunca fueron lo mismo. El Nagual se reformó como mandan los cánones de la hostelería para acomodarse a los nuevos tiempos y se le rebautizó con el nombre simbólico de Don Vito, el Parque también se reformó y hoy es el de San Sebastián y ya ni siquiera existen las piedras donde pasábamos las tardes junto al depósito. Las piedras del colegio de las monjas, ahora están a la entrada de un gran restaurante de la localidad. Y todavía añoro las mañanas al sol en los bancos del atrio, cuando paso junto a la iglesia.
Todo sigue en su sitio, pero tan solo en la memoria común de todos los que vivieron esa época seguirá siempre su recuerdo.
"Parar el mundo" para poder "ver" "una realidad aparte" nunca ha sido fácil, así que siéntete el "guerrero" que siempre fuiste y despide al Nagual... "Ayer tarde al lago fui con la intención de conocer algo nuevo. Nos reunimos allí y todo comenzó a surgir como un sueño. Creo recordar que por la noche el pájaro blanco echó a volar en nuestros corazones en busca de una estrella fugaz....y el lago reflejó nuestros sueños." Hasta siempre
Regino Marmol
El Progreso del siglo XXI
9 enero 2007
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Cuando se abriga una convicción, no se la guarda como una joya de familia ni se la envasa herméticamente como un perfume demasiado sutil: se la expone al aire y al viento, se la deja al libre alcance de todas las inteligencias. Lo humano está, no en poseer sigilosamente sus riquezas mentales, sino en sacarlas de la cabeza, vestirlas con las alas del lenguaje y arrojarlas por el mundo para que vuelen.