El otro día un buena amiga llamada Libertad me envió un video con el Himno de Riego. Cuando vi que se trataba de una composición de orquesta me quedé un poco perplejo. No me encajaba, mi amiga, con ese estilo musical. Pero cual fue mi sorpresa cuando, a pesar de no acordarme del título de la obra, empecé a escucharlo. Se trataba del himno oficial en la Segunda República Española. Seguramente no se ha escuchado mucho y por ello le pongo. Recuerdo de pequeño haberlo escuchado en alguna ocasión y tengo que reconocer que es una bonita pieza que unió en algunos momentos de la historia a todos los españoles, sobre todo cuando lucharon contra el absolutismo.Riego fue un símbolo de los liberales de España durante el siglo XIX y principios del siglo XX, se alzó contra el absolutismo de Fernando VII en la localidad de Las Cabezas de San Juan, provincia de S
evilla (1 de enero, 1820) para instaurar un nuevo régimen constitucional que tendría como norma básica la pionera Constitución de 1812, redactada ocho años antes por las Cortes de Cádiz y popularmente conocida como la Pepa.El pasado día 14 se conmemoró la instauración de la Segunda República Española y desde aquí se le hace homenaje. Algún día habrá que hablar de lo que significó para el pueblo este periodo político en España. Una de las cosas que me ha enseñado mi amiga Libertad, que no sabía, es que el color morado de la bandera republicana es por los colores de Castilla que se unieron a los conocidos rojo y amarillo de Cataluña y Aragón.
Durante la Segunda República Española fueron utilizadas popularmente algunas letras satíricas, que reflejaban el sentimiento anticlerical y antimonarquico de quienes las cantaban. En la película de Carlos Saura ¡Ay, Carmela! encontramos una escena donde el famoso himno es cantado con una de estas letras, que no tiene nada que ver con la letra oficial del himno, pero que está en la memoria y el subconsciente de muchos por su significado simbólico.
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Cuando se abriga una convicción, no se la guarda como una joya de familia ni se la envasa herméticamente como un perfume demasiado sutil: se la expone al aire y al viento, se la deja al libre alcance de todas las inteligencias. Lo humano está, no en poseer sigilosamente sus riquezas mentales, sino en sacarlas de la cabeza, vestirlas con las alas del lenguaje y arrojarlas por el mundo para que vuelen.